Soy ejemplo

Hace poco hablaba con una madre que estaba muy preocupada por el ejemplo que la nueva profesora le estaba dando  a su hija. Hablando con ella, me paré a observar el enfado, la preocupación y el estrés permanente que sentía por dejarla cada mañana en su nueva clase. Me hizo reflexionar sobre la gran presión  que nos imponemos los  padres para asegurar que nuestros hijos tengan entornos seguros, y cómo a menudo intentamos controlar situaciones que, en realidad, también forman parte de su propio proceso de aprendizaje.

Esta madre, en el fondo, reflejaba un malestar que he vivido en ocasiones yo misma. Un malestar que trasciende a su hija, a la profesora, a los amigos y al mundo que la rodea, y que está más relacionado con la relación que ella mantiene consigo misma.

Una vez más, esta situación me recuerda lo poco que podemos controlar lo que ocurre fuera, pero lo mucho que podemos controlar cómo nos relacionamos con nosotro/as mismo/as. Es una oportunidad para dejar de enfocarnos en el exterior, buscar nuestro centro y plantearnos:

¿ En qué medida mi alto nivel de exigencia y perfeccionismo es el que verdaderamente está impactando en mi hijo/a y sobre todo, en mí misma?

Nuestro/as hijo/as encuentran muchos ejemplos a lo largo de su vida;  a través de la escuela, los profesores, los amigos, el entorno . Pero, sobre todo, el primer ejemplo nace en casa.  Los vínculos emocionales que forman en ese hogar están muy relacionados con el tipo de vínculo y relación que cada padre o madre mantiene consigo mismos. La forma en que te tratas  y te respetas a ti mismo/a,  es lo que en gran medida, tus hijo/as aprenderán.

¿Te das permiso de equivocarte, de cometer errores?

¿Te das permiso para no llegar a todo lo que te gustaría hacer/ser?

¿Te das permiso para cuidarte, mimarte, descansar, darte espacios y para tener tiempo para ti?

¿Te das el permiso de no ser perfecta?

PERMISO es la palabra clave. Porque si no te concedes ese permiso a ti mismo/a, difícilmente se lo darás a los demás, y difícilmente tus hijo/as aprenderán a otorgárselo a ello/as mismo/as. No se trata sólo de como los tratas a tus hijo/as sino de cómo te tratas a ti.

Cuanto más consciente eres de ti, más capaz eres de ver y abrazar  tus imperfecciones, y en consecuencia, las de los demás. Eres capaz de librarte de la presión constante que ejerces sobre ti y sobre los otros y descansar en ese error, esa equivocación, esa falta de perfección, que al final es solo una ilusión porque nada en la vida es realmente “perfecto”.

“Me doy el permiso de no ser perfecta, y te doy el permiso de no tener que serlo tampoco”