Cuando me detengo a observar lo que sucede en torno a estas fechas y trato de ganar un poco de perspectiva, a menudo experimento una sensación de que los niveles de estrés y ansiedad están por encima de lo común, que ya de por sí es elevado.
La exigencia excesiva y las obligaciones elevan la tensión. No solo debemos cumplir con nuestras responsabilidades diarias, sino que además enfrentamos demandas extraordinarias que, en muchas ocasiones, pueden resultar abrumadoras y carentes de sentido.
Un buen ejemplo de esto es lo que sucede en las jugueterías. Uno entra y se encuentra con personas autómatas en persecución de un juguete, como si tratara de cumplir rigurosamente con la lista de la compra. Recientemente, una abuelita me preguntaba por un Pokémon, abrumada porque ni siquiera sabía qué compraba. En lugar de detallarle la amplia gama de juguetes y libros Pokémon, simplemente le indiqué dónde estaban los puzzles para no añadir a la pobre mujer más estrés. Me respondió con un “gracias” y sobre todo un gran alivio.
Un apunte también para la gran cantidad de madres estresadas, incluida yo en algunos momentos. Se enfrentan a la tarea de cumplir con sus responsabilidades laborales, cierre de año, organizar la cena de Navidad, compra de juguetes y manejar el inicio de las vacaciones de sus hijos. Una de ellas me confesaba lo poco que disfrutaba de estas fechas debido a las numerosas obligaciones y tareas que lo único que le provocaban eran las ganas de huir.
Una paciente compartía el estrés que le generaban las cuatro cenas de Navidad de la empresa. ”¿Realmente es necesario?, los veo cada día!”, exclamaba. Tuvo la valentía de decir que no a una debido al cúmulo de cenas con amigos, familiares y los intercambios de regalos que aún le quedaban por realizar.
Por no ya decir, la carga que supone para muchos pasar tiempo compartido con su familia biológica. No para todos es un placer volver al lugar donde nacieron, que sienten que es todo, menos su casa.
Probablemente también pasemos momentos de alegría y disfrute, pero igual vale la pena recordar cuando nos estamos pasando de la raya y estamos haciendo las cosas sin sentido. No sólo por la cantidad de cosas inútiles que compramos y el desastre medio ambiental que supone nuestro hiperconsumismo, sino por el cansancio que acumulamos ante tanta obligación, y lo poco que disfrutamos ( a veces) de tanta celebración.
Aprendes a escoger y a seleccionar lo que realmente vale la pena, a decir que no, a soltar obligaciones autoimpuestas y perfeccionismo exacerbado, es una apuesta hacia la sencillez que siempre es liberadora. Nos hace más capaces de disfrutar lo que hacemos. Igual no lo haremos ni lo compraremos todo, pero eso que hagamos, lo disfrutaremos más.
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